2008-12-27

Los mejores son los primeros en caer.



Ellos arrojan su sangre sobre el rostro tenebroso del mundo, e ingresan en un Olimpo que no es de paz ni de placer. Ellos no quieren el placer ni la paz, porque ha sido otro el sentido de sus vidas.

De haberlo deseado, habrían podido permanecer más tiempo en este mundo, sin embargo, se anticiparon al olvido, atravesaron el puente sobre los abismos, y sintieron en sus huesos, el frío del universo. Se arrojaron desnudos sobre el hielo, tomaron un atajo al supramundo.

Ellos, conquistaron la palabra y la materia, azotaron la superficie de la tierra con sus versos, esculturas y canciones. Azotaron la lluvia con fuego, y se pusieron primeros en la fila, para llegar antes al sol interior, el que alumbró un día, las piedras negras caídas del oscuro cielo estelar.

Ellos, nos miran con ojos flamígeros, no para decirnos lo que tenemos que hacer, ni para castigarnos por nuestros pecados. Sólo nos observan y nos dicen: yo no soy como tú, yo no he dudado, me quemó la atmósfera, y los dioses reconocieron mis cenizas.
Yo me arrojé de frente al miedo de los hombres, y ellos me rechazaron de sus filas. Y tuve que subir sólo, en medio del odio terrestre hasta las cimas nevadas, donde los dioses hacen agua de la nieve.

Los mejores no necesitan la palabra, ni el mármol, para crear; simplemente buscan una espada, y entregan generosos, su sangre hecha de otra luz, al hombre que vendrá después del último, a aquel que se anuncia por ellos.

Los mejores observan, desde el más allá, la anarquía del mundo que ya no puede tocarlos. Viven en un paraíso de sucesivas victorias, que comparten con gloriosas amantes combatientes.

Podría decirse sin temor al pecado, que ellos mismos son el paraíso, al que brindan su luz hecha de cenizas.
Ellos son el furioso paraíso del coraje.

Ellos cantan y festejan, haber sido los primeros en caer, cantan desde el interior oscuro de la roca, ríen y observan a las criaturas temerosas, que duermen escondidas sin reconocer la vasta noche, con sus corazones hundidos en el silencio, porque no soportan su propia pequeñez.

Practiquemos el culto de los que han llegado primero, intactos, al otro sol, al verdadero.
Soñemos a través de sus vidas, de su sangre y de su ejemplo, que ellos son nuestros dioses, a través de sus obras, y del sentido de su ausencia, nos reencontraremos con la verdadera altura del hombre.

J.P. Vitali.

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